domingo, 12 de diciembre de 2021

LA MÁS PUTA DE LAS NALGAS

Desde niña me avergoncé de estar tan buena de las nalgas. Todas las mujeres hablaban mal de mí. Pura envidia. No había hombre que no quisiera eyacular dándome por nalgas. Sabía que ninguno querría nunca nada más que eso. Si las entregaba a un cabrón cualquiera más tardaría en eyacular que en abandonarme. Me entristecía pensar que jamás tendría un hombre que quisiera permanecer a mi lado de por vida. Todo por el obsceno volumen que a su ver tendrían mis nalgotas. Pero, la verdad, con los prejuicios de nuestra sociedad, ¿quién podría evitar pensar que mi culo era artificial y yo una puta que había mejorado su negocio? ¿No habría nadie que me pudiera querer para siempre así como yo era? Lo dudaba. Decidí a vivir renunciando a mi esperanza.

Sin embargo, un día Teddi pasó junto a mí. En cuanto me vio, sin conocerme, me dijo: “mamacita, por gozar culeándote toda la vida ese rabote exquisito yo haría lo que fuera”. El corazón me dio un salto al escuchar sus francas palabras. Me sonrojé. Reprimí el impulso de abofetearlo. Me detuvo ver a un hombre alto, bien parecido, fornido y gallardo. Su voz, a pesar de lo que había dicho, era varonil, amable. Con la convicción de que alguien así estaba fuera de mi alcance y que en cuanto a lo que quería de mí sería como todos, decidí ignorarlo. Continúe mi camino. No se amilanó. Se puso a caminar a mi lado al tiempo que me preguntaba: “¿qué me dices?”. No entendí de qué estaba hablando. De repente, asombrada e íntimamente emocionada, comprendí. Lo volví a ver, sin poder creer en la verdad de sus palabras; no quería. Pero acerté a balbucear: “¿Hablas en serio? ¿De verdad te gusto?”. “Muchísimo”, respondió al punto, “eres justo la mujer que siempre desee encontrar. Debe ser lo más rico del mundo restregarte el pito en la carne exquisita y caliente de tus sabrosas nalgas. Encularte cada noche sería una vida casi divina. ¿Qué tengo que hacer para conquistarte? No lo sé. Pero sé que me vas a aflojar las nalgas”. Él no lo sabía, pero con esas palabras ya me había conquistado. Me estaba ofreciendo lo que siempre había deseado. Sin necesidad de pensarlo le pregunté: “¿Te casarías conmigo?”. Al instante dijo: “Claro que sí, con la condición de que me des el chico siempre que te lo pida. Perdona que te lo diga así, pero sé lo que quiero y la verdad es que estás buenísima de nalgas”. Interiormente me dije sin duda alguna que este macho divino era lo que yo había estado esperando toda la vida.


Dos días después estábamos casados. La noche de bodas, después de masajear sensualmente toda la ricura de mis glúteos, me puso boca abajo y suavemente me ensartó su camote en el agujero anal. Pujo ansiosa debido al grosor de la enculada. Comencé a menear el culo como loca para saborear los tallones que su verga me daba en todo el recto. Después de media hora de experimentar este obsceno gozo sentí que una dicha infinita me envolvía y que mi cuerpo se disolvía en un océano de placer. Sí. No me había equivocado al creer que esto era lo que iba a sentir al tener metida por el ano hasta los dulces huevos la verga de mi macho.
Después de terminar, con todo mi amor de hembra le susurré al oído: “Papacito, cada noche te exprimiré, te ordeñaré toda la exquisita gordura de tu maravillosa reata con el tubo que dios me dio para que cague y te haré el más dichosos de los varones de este mundo”. Él, exhausto de amor y feliz de sentir su verga embarrada con mi caca, me dijo lleno de pasión y de ternura: “Sí, mi amor, te convertiré en una deliciosa hembra enviciada y pervertida. Quiero que todos los días emputezcas debido al deseo de experimentar la forma como te culeo la exquisita enormidad de tu trasero en todo momento en que te pida me lo pongas”. Desde entonces, cada noche en cuanto llega me visto con zapatillas y unas pantimedias brillantes rotas por detrás pues así encuentra mi cuerpo fascinante. Dándole la espalda me reclino. Él empieza a tentarme por atrás, a meterme los dedos en el chico, a besarme y chuparme el chiquito para luego, cuando ya estamos bien calientes, ansiosos y obsesionados con el deseo de que me empuje la cagada para adentro, me empiece a dar las más ricas encajadas anales.


¡No tiene fin nuestra delicia!


















 

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