martes, 1 de mayo de 2012

Marisela, mi primer mujer


Marisela es la mujer más deliciosa del universo. Marisela es mi mujer. ella sabe darme toda la felicidad que necesito como hombre. Sabe amar mi verga de la forma más intensa posible. Cada noche me hace absolutamente dichoso exprimiéndome hasta la ultima gota de semén con su exquisito recto.


La conocí una tarde al salir de Museo regional con el corazón totalmente destrozado. Había ido para ver a Aurora, que había terminado conmigo. Al salir caminé hasta el parque Morelos para tomar el camión. En la parada estaba una muchacha morena, de pelo largo, negro, senos llenos y firmes, caderas anchas y abultadas nalgas, piernas largas, pantorrillas abultadas y bien torneadas. Aunque yo iba por los suelos, al verla me gusto. Sonreimos uno al otro. Entablamos conversación. Era simpática. Nos gustamos. La invité a salir. Cuando subió a su camión sus nalgas atrajeron mi atención magnéticamente. Mientras pagaba volteó y se dió cuenta. Pensé que la había regado. Cuando arrancó el camión entorno sus labios y me mandó un beso. Su cuerpo comenzó a curar mis heridas, ella comenzó a hacerme soñar.


Comenzamos a salir. Siempre que nos encontrabamos me excitaba de inmediato.  Ya en la primera cita comenzaron los besos y los abrazos. Ibamos al cine, platicabamos en algún parque o café, caminabamos por el centro. La acompañaba a su camión. Vivía muy lejos, en dirección opuesta a donde vivía yo. Sus labios eran carnosos, nuestra lenguas aprendieron a juguetear. Al abrazarla restregaba mi torso en sus pechos. Su respiración se entrecortaba. La mía también. Aquello era demasidado bueno.


Después de un par de meses, un sábado fuimos a ver la película de King Kong en el cine Variedades. Una pequeña barda separaba el pasillo trasero de las butacas. Antes de sentarnos sentarnos se me ocurrió que nos quedaramos un momento junto a la barda. Se lo propuse y aceptó. Me coloqué detrás de ella y la abrazé. Pegué mi verga, erecta y enradecida, contra sus nalgas. Se sorprendió pero me dejo hacer. Durante varios minutos estuve restregando intensa y suavemente mi miembro en su trasero hasta que me derramé. Al terminar, le di la vuelta, la besé apasionadamente. Nos sentamos. En momentos dejaba de ver la película y dirigía sus ojos hacía mí, como interrogándome. Al terminar la película, antes de levantarnos, la besé apasionadamente mientras la gente comenzaba a salir, le dije "serás mi mujer". Discretamente su mano se dirigió a mi miembro y apretó fuertemente. "Eres mi hombre", dijo. Nos levantamos y nos fuimos. Estuvimos durante una hora deambulando por un parque, dejando que nuestras lenguas juguetearan furiosamente. De aquí a la eternidad, me dije.


 Al día siguiente, en cuanto nos encontramos la tomé de la mano y nos dirigimos a un hotel. Cuando llegamos no manifestó sorpresa. Sonrió. Entramos. Al cerrar la puerta de la habitación me dijo "Quiero que tomes en cuenta solo una cosa: no hay prisa. Hagamos lo que quieras, pero despacio, muy lentamente. Llevamé por donde quieras." Le dije "Quiero acariciarte de todas las formas posibles, pero lo que más deseo es hacerte el amor por detrás". "No necesitabas decirlo. Desde las primera vez que nos vimos  tus ojos confesaron lo mucho que te gustan mis nalgas".


Nos abrazamos. Nos besamos lenta y ansiosamente. Mis manos masajearon su glúteos, separándolos y volviéndolos a juntar. Deseaba acariciar su ano. "Lento, suave", me dijo, "es tuyo... totalmente". Mi verga se enardeció. Ella se repegó y su vientre masajeo mi miembro. "Quiero darle todo el placer que tu verga desea, amor, eso quiero, más que nada". Sus palabras me hicieron sentir como si un torbellino de intensos deseos envolviera todo mi ser. Desabotone su blusa. Sus pechos turgentes estaban coronados por unas tetas magníficas. Las besé y chupe con fruición. Ella las acopó con su manos, con lo que sus tetas realzaron más. Me senté en el borde de la cama y ella se sentó de lado en mis piernas. Levantó su falda e hice su pantaleta a un lado. Mientras la besaba y lamía su pechos, mi mano acariciaba sus glúteos y su ano. Introduje un dedo. Ella gimió quedamente. Mi dedo sentía la presión de las paredes de su recto. Lo deslicé hacia dentro y hacia afuera largo rato. Nos miramos a los ojos. Su lengua se recorría sus labios, humedeciéndolos. Introduje otro. Entorno los ojos. Nuestras bocas se unieron, nuestra lenguas estuvieron entrelazándose y deslizándose despaciosamente. La saliva afluía y refluía de una boca a otra. Después fueron tres dedos. "Amor, qué delicia", musitó. La verga me ardía.



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